Carlos Gaviria, In Memoriam
lunes, 19 de febrero de 2018
viernes, 31 de marzo de 2017
La ética y el silencio: dos años sin Carlos Gaviria
MURIÓ EL 31 DE MARZO DE 2015
31
Mar 2017 - 12:02 AM
REDACCIÓN CULTURA, EL ESPECTADOR
Pensar
en él es pensar, sobre todo, en la autenticidad y la ética como actitudes
vitales que nos determinan.
En una conferencia sobre la ética
impartida en la Universidad de Cambridge, Wittgenstein ponía de presente que
hablar o escribir sobre aquélla suponía ir contra los límites del lenguaje. Su
naturaleza mística —consideraba— no es susceptible de expresarse a través de
palabras y por tanto se encuentra más allá del lenguaje significativo. Sin
embargo, para el filósofo austríaco, esto comporta, más que su inexistencia, su
carácter inexpresable e irremediablemente silencioso, sobre el que apunta en el
Tractatus: “lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico”.
Pensar en Carlos
Gaviria es, sobre todo, pensar en la autenticidad y la ética como actitudes
vitales que nos determinan, entender la construcción de una identidad libre de
artificios, como una responsabilidad existencial ineludible, y la originalidad
del pensamiento como una postura que dé cuenta de nuestra voluntad de ser y de
saber. Es, por tanto, entender el aserto wittgensteiniano sobre el contenido
pedagógico de la ética y la integridad como algo que debe conducir nuestros
pasos, como un daimon platónico capaz de ser inoculado, llenando
de sentido la afirmación heraclitea “Para el hombre, el ethos es su daimon”.
Digo esto y pienso que es esta cualidad de
su carácter la que le otorga esa fuerza de permanencia a su legado. Incapaz de
conformarse con la postura contemplativa de la academia, entendió la
importancia de la defensa de los derechos humanos en un país signado por la
barbarie. Su apuesta por restituirle la dignidad al ejercicio de la política a
través de la formulación de propuestas serias y reales, sin acudir a la mentira
ni sucumbir ante la conveniencia práctica, da cuenta de su talante ético
irreductible y sólo es comparable con su magistral paso por la Corte
Constitucional, donde con sus posiciones heterodoxas y progresistas contribuyó
enormemente a darle forma y contenido a la Constitución Política de 1991.
Gaviria, parafraseando a Eduardo Galeano,
fue un raro tipo que decía lo que pensaba y hacía lo que decía. Renuente a las
ambigüedades, consideró la coherencia como valor fundamental de la discusión
pública racional. En un país de caudillos, acostumbrado al valor instrumental
del recurso retórico, la estigmatización de la alteridad como arma política y
la simulación ideológica de la democracia, se sublevó contra el orden oficial y
supo demostrar que la integridad y la decencia no son otra cosa que la lucha
incesante por cerrar la brecha entre lo que se piensa, se dice y se hace.
Agudo en sus razonamientos, comprendió que
el conocimiento que conduce a la certeza diluye el diálogo, nos impide
confrontarnos y nos adormece entre la arrogancia solipsista de la ignorancia.
De allí, de su fascinación por los conjurados que han tomado la extraña
resolución de ser razonables, heredó “la manía socrática de someterlo todo,
inclusive los más sagrado, al análisis insobornable de la razón”, pero también
su vocación formativa desde el ejemplo silencioso y revelador.
Quizás mostrar la
ética sea su labor pedagógica más importante y, en consecuencia, la que
habremos de preservar hacia el futuro como una lanza que choca contra un molino
de viento, para recalar, como el autor del Tractatus, diciendo “si entendemos por eternidad no
una duración temporal infinita, sino la atemporalidad, entonces vive
eternamente aquel que vive en el presente”.
miércoles, 22 de marzo de 2017
sábado, 23 de abril de 2016
El Espectador lanza su editorial digital
"1989 un año para tener en la memoria" y "Carlos Gaviria Díaz, su pensamiento" ya se encuentran disponibles en iTunes y Android.
A través de Editorial EE, El Espectador ofrece a sus lectores la posibilidad de acceder a textos exclusivos que van más allá de la agenda noticiosa diaria y permiten una aproximación en profundidad a tendencias y fenómenos sociales nacionales e internacionales en formato de libro digital tanto para tabletas como ara dispositivos móviles.
‘1989 un año para tener en la memoria’ es un documento histórico que relata los crímenes selectivos de dirigentes políticos, los atentados terroristas con carros bombas y los asesinatos de jueces, magistrados, gobernadores y policías, que fueron en 1989 el detonante de la cruenta guerra que paramilitares y carteles de la droga le declararon al Estado.
A través de crónicas, perfiles, entrevistas usted podrá entender la ofensiva criminal que dejó centenares de muertos y una huella imborrable en la memoria de una generación de colombianos que creció en medio del pánico colectivo.
Relatos que describen al abogado Héctor Giraldo Gálvez, apoderado de la familia Cano en el proceso por el asesinato del director de El Espectador Guillermo Cano Isaza. Testimonios inéditos de la familia del entonces precandidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, que fue asesinado ante los ojos de centenares de personas en Soacha, Cundinamarca. O los conmovedores recuerdos de los empleados de El Espectador que fueron víctimas de un camión cargado con 60 kilos de dinamita que explotó junto a la sede del periódico en Bogotá. Hacen parte de este libro con el que se rinde un homenaje a todos ellos que perdieron la vida, víctimas del conflicto de la época.
Y ‘Carlos Gaviria Díaz, su pensamiento’, un libro en el que amigos, colegas y su familia describen al magistrado que murió en 2015.
Plumas como Héctor Abad Faciolince, Cecilia Orozco Tascón, Rodolfo Arango, Jaime Arocha, María Paula Saffon, Santiago Montenegro, María Elvira Bonilla, Rodrigo Uprimny, Mauricio García Villegas, Aurelio Suárez, Ana María Cano Posada y Patricia Lara Salive recuerdan al hombre de leyes que dejó un legado para el país.
¿Cómo obtenerla?
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lunes, 18 de abril de 2016
Ley de honores a Carlos Gaviria Diaz
Carlos Gaviria y una ley que unió a izquierda y
derecha
La ley de honores a la memoria del
exmagistrado y excandidato presidencial fue respaldada por la Unidad Nacional,
los conservadores, el Centro Democrático, el Polo y los independientes.
No hay antecedentes en
el actual Congreso de la República de una causa que haya unido a todos los
partidos políticos. Más allá de sus diferencias, la semana pasada se produjo un
hecho particular. Por unanimidad, el Polo Democrático, la Unidad Nacional, los
conservadores, los movimientos independientes, y hasta el Centro Democrático le
dieron el sí a una ley que terminó por unir a todo el país representado en el
capitolio.
Un año después de su
muerte, y por iniciativa del Polo Democrático, el Congreso decidió aprobar la
ley de honores del exmagistrado, excongresista y excandidato presidencial
Carlos Gaviria, quien falleció en Bogotá el 1 de abril del 2015.
La gaceta del Congreso
de las sesiones plenarias de la semana pasada dejará el registro histórico. Es
la primera vez que en el actual Congreso una ley es respaldada por los 102
senadores y los 166 representantes a la Cámara.
Y aunque la iniciativa
fue promovida por los polistas Iván Cepeda en el Senado, y el representante
Alirio Uribe en la Cámara, los anales del Congreso registrarán que esta
ley tuvo como coautores congresistas de diversa tendencia como Roy Barreras (la
U), Luis Evelis Andrade Casama (Movimiento Alternativo Indígena y
Social), Hernán Andrade (Conservador), Horacio Serpa (Liberal), Doris
Vega (Opción Ciudadana), Paloma Valencia (Centro Democrático), o Claudia López
(A. Verde).
El senador Álvaro Uribe
también votó a favor de esta ley de honores. A pesar de sus diferencias
políticas, que los llevaron a competir por la presidencia de la República en
las elecciones de 2006, el expresidente y congresista del Centro Democrático es
de los pocos que se da el lujo de haber sido alumno de Carlos Gaviria. Dos
hombres con ideas diametralmente opuestas, compartieron aula de clase en la
Universidad de Antioquia en los años 70.
Gaviria ya era un
consagrado profesor de derecho, mientras Uribe, quien militaba en el
liberalismo, se destacaba entre sus compañeros por ser un fuerte opositor de
las tesis de izquierda. En la década del 70 Uribe asistía a la universidad y
entre sus clases estaba la de Filosofía del Derecho que dictaba Gaviria.
Allí, en medio de la
vida universitaria de los convulsionados años 70, Uribe fue un contradictor a
ultranza de las tesis de izquierda. Gaviria, por el contrario, era un defensor
de los derechos humanos y daba sus primeros pasos en la defensa del delito
político.
Cuando Uribe votó a
favor de la ley quiso dedicar algunas palabras a su maestro y contradictor.
“La única teoría del
estado que se enseñaba era la dictadura del proletariado y Carlos Gaviria fue
un gran maestro sobre los elementos constitutivos del Estado de Derecho. Quiero
rendirle un homenaje a su espíritu estudioso, combativo, a su cultura jurídica
y general, a su erudición. Me siento muy honrado de que hubiera sido mi
profesor y también mi contradictor en la elección presidencial del 2006, cuando
tuve el inmenso honor de competir con él”.
Gaviria, nacido en el
municipio antioqueño de Sopetrán y descolló como un defensor de los derechos
humanos. Entre 1993 y 2001 fue magistrado de la Corte Constitucional. Se le
recuerda como el ponente de la sentencia que despenalizó la dosis mínima, que
luego intentó ser derogada por una reforma constitucional promovida por el
entonces presidente Uribe.
También fue que eliminó
la tarjeta profesional para periodistas, argumentando el derecho a la libertad
de ejercer el oficio, y promovió la mayor participación de la mujer en cargos
del Estado. La eutanasia, los derechos civiles de la comunidad LGBTI, y hasta
la paz, que el denominaba como “duradera” calificativo que adoptó la Mesa de
Conversaciones de Paz en La Habana, siempre fueron sus causas.
La ley de honores, que
será sancionada por el presidente Juan Manuel Santos en un evento de gala que
se llevará a cabo el próximo mes, no se limita simplemente a exaltar la memoria
de Gaviria, sino que además contiene algunas medidas adicionales para lograr un
mayor impacto en la memoria de los colombianos, según explica uno de sus
autores, el representante Alirio Uribe.
Por ello, la ley, además
de honrar y exaltar la memoria del maestro y exsenador de la República
(artículo 1), encarga a la Unidad Administrativa Especial Biblioteca Nacional,
la elaboración de una biografía, recopilación y selección de las obras de
Carlos Gaviria, incluidas las sentencias en las que fue ponente para que sean
compiladas y publicadas por el Congreso y difundidas ampliamente como docencia
democrática.
También se autoriza al
Gobierno para que a través del Ministerio de Educación, en asocio con la
Universidad de Antioquia, publique un libro biográfico e ilustrativo de la vida
de Carlos Gaviria Díaz.
También se busca
homenajear al maestro Carlos Gaviria Díaz garantizando que algunas entidades
que tienen entre sus objetivos y funciones la conservación y difusión del
patrimonio cultural de la nación como la Radio Televisión Nacional de
Colombia-RTVC y Señal Colombia, realicen una recopilación y circulen su vida y
obra.
La ley contempla la
instalación de imágenes alusivas a la figura de Carlos Gaviria en lugares
representativos de su vida y gestión pública, como su municipio natal Sopetrán,
el salón de sesiones de la Comisión Primera del Senado a la cual perteneció, el
salón de la Constitución del Capitolio Nacional y la sede de la Corte
Constitucional.
Igualmente se autoriza
al Gobierno Nacional para que a través del Ministerio de Tecnologías de la
Información y las Comunicaciones al cual se encuentra vinculado la sociedad pública
Servicios Postales SA, coloque en circulación una emisión de serie filatélica,
inspirada en la vida y obra de Carlos Gaviria.
También incluye la
posibilidad de la construcción de esculturas y dar nombre a lugares para
homenajear la memoria del exmagistrado y excongresista.
jueves, 31 de marzo de 2016
Carlos Gaviria, Un presocrático
POR ANTONIO CABALLERO
Carlos Gaviria hizo muchas cosas en su
vida: fue juez de pueblo, profesor universitario, magistrado de la Corte
Constitucional, tratadista de Derecho, senador de la República, candidato a la
presidencia de una coalición de izquierda, autor de sesudos ensayos académicos
(y no me sorprendería que hubiera sido también pudoroso y secreto poeta
clandestino). En lo ideológico, lo describieron de muchos modos:
“comunista disfrazado”, lo llamó su rival electoral Uribe Vélez en lo que creyó
un doble insulto: y Gaviria no era ni lo uno ni lo otro. En un
artículo de entonces lo definí yo como un liberal en el sentido filosófico de
la palabra; y, por liberal, hombre de izquierdas. Ahora, en hipócritas
necrologías hagiográficas (qué bueno era el difunto), subrayan lo de “liberal”
para borrar lo de la “izquierda”, como si los dos conceptos no fueran un
continuum histórico. Y unos que ayer lo tachaban de oportunista por haberse
lanzado a la baja política desde la alta magistratura lo llaman hoy profesor de
ética.
En esas diversas encarnaciones le fue a
Carlos Gaviria bien en algunas, y en casi todas mal. Muy bien como escritor,
para placer de sus lectores: la claridad concisa del pensamiento. Mal como
político práctico: anodino parlamentario, derrotado candidato presidencial
(aunque supo llevar a la izquierda colombiana a su más alta votación en la
historia), incompetente jefe de partido que no pudo impedir ni su corrupción ni
su disgregamiento. También bastante mal como guía ético, como “sabio de la
tribu”, para usar uno de los epítetos suscitados por su inesperada muerte: la
Corte admirable que él presidió hace veinte años es ahora un nido de
podredumbre y un foco de vergüenza. Y muy mal como profesor Derecho: en la
Universidad de Antioquia fue su alumno el futuro atrabiliario presidente Uribe
Vélez.
No hay novedad en eso, la verdad sea
dicha: recordemos que ya hace dos mil años fue alumno del moralista estoico
Séneca el futuro atrabiliario emperador Nerón.
Muchas fueron, digo, las facetas de Carlos Gaviria. Empezando por su propia cara, que dibujé para ilustrar este artículo: una cara hecha de rasgos heteróclitos, como los de la quimera de la mitología. Una alta frente de pensador, una gruesa mandíbula barbada de león, un cutis liso y sonrosado de bebé, una blanca melenita coquetamente descuidada, una naricita respingada de niño travieso, un ancho cuello de toro. ¿Una cara de qué? De Papá Noel, se dijo muchas veces. De maestro de escuela, de sabio distraído de tiras cómicas, de abuelito benévolo, de apóstol retratado por un pintor manierista (un San Pedro de El Greco). Una cara de filósofo.
Muchas fueron, digo, las facetas de Carlos Gaviria. Empezando por su propia cara, que dibujé para ilustrar este artículo: una cara hecha de rasgos heteróclitos, como los de la quimera de la mitología. Una alta frente de pensador, una gruesa mandíbula barbada de león, un cutis liso y sonrosado de bebé, una blanca melenita coquetamente descuidada, una naricita respingada de niño travieso, un ancho cuello de toro. ¿Una cara de qué? De Papá Noel, se dijo muchas veces. De maestro de escuela, de sabio distraído de tiras cómicas, de abuelito benévolo, de apóstol retratado por un pintor manierista (un San Pedro de El Greco). Una cara de filósofo.
Precisemos: de filósofo presocrático.
Una especie de Protágoras. Pues cuando lo describí en aquel artículo de hace
diez años mencioné a Kant y a Voltaire, porque no conocía entonces (ni él lo
había dado todavía a la imprenta) un bello librito que, de una pudorosa y
secreta manera, podría mirarse como su autobiografía intelectual: “Mito o
logos” (creencia o saber). Son apenas un centenar de páginas en las que lleva
al lector desde los orígenes poéticos de la filosofía de los griegos hasta el
pensamiento de Platón. Y en ellas muestra Carlos Gaviria una particular amistad
por la heterodoxia y el escepticismo de los sofistas del siglo v, que tuvieron
la pretensión impía, prometeica, la “descabellada y arrogante idea” de
enseñarles a los hombres la virtud. Fueron por eso, para Gaviria, los
fundadores del humanismo.
En la dedicatoria de ese libro a sus
hijos escribe con desengañada ironía: “Para (mis hijos), cómplices de mi
vocación por lo inútil”.
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