Por Leonardo García Jaramillo
Departamento de Gobierno y Ciencias Políticas, Universidad EAFIT
“¡Ha muerto el gran magistrado colombiano!”. La noticia llegó a Curitiba
hoy en la mañana y silenció con duelo una discusión constitucional entre
juristas brasileros y colombianos. Ello refleja la dimensión del impacto que,
como jurista y magistrado, tuvo Carlos Gaviria Díaz (1937-2015), más allá de
los círculos jurídicos nacionales.
El que hoy se reconozca a nuestra jurisprudencia constitucional como
pionera en temas como justiciabilidad de derechos sociales y protección a
minorías sociales se debe, en parte fundamental, a su erudición jurídica y a la
envergadura intelectual de sus juicios. Las sentencias de las que fue ponente
sentaron sólidos criterios que fundaron los precedentes por los que se admira
el trabajo que, en la reducción de la disociación entre la normativa garantista
y la realidad signada por la desigualdad, y aun por la discriminación en muchos
ámbitos, ha realizado la Corte Constitucional.
La densidad normativa material de la Constitución tiene hoy la dimensión
que se le reconoce en muchos países del mundo que optaron por el
constitucionalismo como modelo de organización jurídico-política, gracias a la
contribución de magistrados que, como Gaviria, realizaron en la primera
conformación, con siete magistrados, que tuvo la Corte luego de proclamada la
Constitución de 1991, y luego en su periodo como magistrado durante ocho años.
No fue, como los intelectuales de su generación, un autor prolijo. De
hecho, hasta poco antes de su publicación, tuvo reticencia en la edición del
libro Sentencias: herejías constitucionales. Recuerdo, siendo
aún estudiante de pregrado, una conversación con él y Carlos Enrique Ruiz
minutos antes de la presentación del libro. Sentía que inmerecidamente iba a
recibir méritos por la difusión bajo su rúbrica de sentencias adoptadas por la
Corte. Su honestidad como persona e intelectual se reflejaba en muchos aspectos
de su personalidad.
Como genuino intelectual público, fue un faro en momentos convulsos de la
realidad nacional. El trabajo de realizar sin precedentes la normativa
constitucional en el contexto de una sociedad que recién salía del
confesionalismo le exigió tomar un papel que trascendió las barandas del
tribunal. Era común verlo en los medios explicando una sentencia compleja, y
nunca abandonó su papel docente y académico.
Sus aptitudes como maestro se reflejaron también fuera de las aulas, donde
estuvo por cerca de 35 años en la Universidad de Antioquia, y luego en
numerosos programas de posgrado en todo el país. Quizá por el amplio
reconocimiento de sus calidades pedagógicas, se sintió llamado a ocupar un
lugar de prestancia en la política, luego de su paso por la Corte. Senador y
candidato presidencial, fue hasta el último momento ferviente defensor de la
filosofía liberal.
Su incansable deseo de promover las que consideraba mejores concepciones
del ejercicio de la autonomía individual, el libre desarrollo de la
personalidad y la dignidad lo llevó a defender, al interior de la Corte, y
luego a exponer ante la opinión pública, los argumentos que sustentaron sus
conocidas posiciones a favor de la eutanasia, el aborto, la dosis personal de
droga, la separación iglesia-Estado y los derechos para minorías, como los
indígenas y los homosexuales.
Pero los argumentos a favor de las más prístinas concepciones de la
libertad y la dignidad humana, que esgrimió en sustento de las ratio de
sus sentencias, fundaron, más que nuevas líneas jurisprudenciales, una nueva
forma de pensar acerca del reconocimiento, el sentido de lo público y el
ejercicio de la libertad ante el respeto por la diferencia. En una ocasión,
recordó una entrevista a Ronald Dworkin cuando hablaba acerca del relativismo
en la toma de posturas políticas. Aún conservo el fragmento que busqué luego de
la referencia del maestro. Decía Dworkin: “Odio cuando la gente dice: ‘Está
bien que los homosexuales contraigan matrimonio, pero esa solo es mi opinión’.
Usted no puede pensar que solo es su opinión, o si no, no la sostendría.
Imagine a un juez que acaba de sentenciar a alguien a cadena perpetua diciendo:
‘otros jueces podrían haberlo considerado de otra forma y tienen el derecho a
tener sus propias opiniones’. ¿Quién podría decir tal cosa de forma
razonable?”.
Pensador de izquierda, concebía a la igualdad material como un presupuesto
del ejercicio de la libertad, sobre todo al interior de sociedades
aberrantemente desiguales como la colombiana. Intelectual riguroso, pero claro
en sus sentencias e intervenciones públicas. En sus clases y conferencias no
llevaba casi nunca el texto escrito, si acaso unas notas. Pero quienes tuvimos
el placer de escucharlo siempre reconocimos en sus intervenciones el rigor y el
hecho de que la verdadera profundidad filosófica se resuelve en la claridad.
Se le recordará como un librepensador, en el sentido que lo definió
recientemente Freddy Téllez: “El librepensador es un hombre con la conciencia
alerta que lucha con los problemas de su tiempo. Es un pensador por fuera de
corrientes y doctrinas, en la medida de lo posible, consciente de no poseer la
verdad todopoderosa y discriminante; constructor de una verdad minúscula en
confrontación constante con la realidad, siempre en movimiento” (Pequeño
tratado del librepensador, Bogotá, Sílaba, 2015).
Otra de las virtudes del liberalismo que reivindicó en sus sentencias y en
su vida pública y privada, fue la tolerancia. Recuerdo la última ocasión cuando
coincidí con el maestro Gaviria, en Bucaramanga, durante la campaña al senado
de Rodolfo Arango. Con finura y buen humor, recordó que cuando empezó la
discusión constitucional por la discriminación por razones de orientación
sexual, una de las primeras objeciones que tuvo que sortear ante su consabida
posición no fue por el sentido de sus argumentos. Un periodista le preguntó al
final de una entrevista: “Entonces usted también es gay, ¿no, doctor?”. La
incomodidad por un juicio personal y una implícita indicación de que su
posición a favor de la igualdad en materia sexual era autointeresada fue más
bien respondida así: “No hombre, y créame que tampoco he fumado nunca
marihuana”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario