Deja un enorme vacío
entre quienes lo conocimos como un ser pensante y analítico, y a la vez como
ejemplo de una actitud honesta y consecuente, cada vez más escasa en Colombia.
Enrique Gaviria Liévano
A
todos sus amigos nos sorprendió y nos dolió la infortunada muerte de Carlos
Gaviria Díaz, en momentos en que estaba en capacidad de seguir aportándole al
país sus ideas auténticamente liberales y progresistas. Ese fue el legado más
importante que les dejó a las nuevas generaciones y que consignó en sus
escritos y conferencias, como profesor universitario, como magistrado y como
pensador político.
En asocio de todos los demás ilustres juristas que hicieron parte de la primera
Corte Constitucional y quienes se destacaron por su capacidad intelectual y
rectitud, dejaron en la memoria de los colombianos una jurisprudencia de
avanzada, concordante con el Estado social de derecho consagrado en nuestra
Carta Política en 1991. De ello fui testigo como conjuez de ese alto tribunal,
designado por deferencia del mismo Carlos Gaviria en su condición de presidente.
Si bien fue partidario de una fuerte intervención del Estado en la distribución
del ingreso y del goce pleno de todas las libertades del individuo en sociedad,
nunca declinó en su irreductible defensa de la autonomía de la persona humana
sin interferencias del propio Estado. De ahí su defensa de la eutanasia, la
dosis mínima en el consumo de drogas, la libre determinación de la maternidad o
el aborto y los derechos de los homosexuales como una expresión genuina del
libre desarrollo de la personalidad, incorporado como precepto en nuestra Carta
Magna.
Ello sin mencionar su actitud de denunciar varias veces la violación de los
derechos humanos, como lo han hecho muchos otros colombianos, y que en su caso
le significó el exilio en la Argentina. No fue ajeno, tampoco, al Derecho
Internacional Humanitario, el cual conocía muy bien, como lo demostró en la
Universidad Nacional con motivo de los actos de celebración del centenario del
nacimiento del expresidente Alfonso López Michelsen.
No por casualidad su última conferencia fue en el Gimnasio Moderno, de indiscutible raigambre liberal, sobre ‘la educación en democracia’, cuyo telón de fondo fue también la de la autonomía del ser humano. La conferencia la desarrolló con citas pertinentes de los grandes pensadores de la humanidad, como Platón, Sócrates, Descartes, Kant, Hegel, Ortega y Gasset y el padre del existencialismo, Jean-Paul Sartre. Y lo hizo con un idioma claro y sencillo, matizado con ejemplos de la vida cotidiana al alcance de cualquier público. El final de la conferencia lo dedicó a destacar la importancia de la educación en una democracia y lo que ella significaba una vez terminara el conflicto armado en Colombia y se firmara la paz, que él tanto apoyó.
Carlos Gaviria intervino en política, pero yo diría que más como un filósofo de la política. Fue senador de la República y candidato presidencial por el Polo Democrático, que había ayudado a fundar. El pueblo lo apoyó con 2’600.000 votos, la más alta votación de la izquierda democrática en toda su historia. No obstante, por motivos que no me corresponde analizar, se perdió esa oportunidad de lograr en un futuro una Colombia más igualitaria y de tendencia socialdemócrata, que muchos compartimos.
A Carlos Gaviria lo vi por última vez con motivo de la presentación de mi libro La desintegración del archipiélago de San Andrés y el fallo de la Corte de La Haya. Errores y omisiones de la defensa colombiana. Al día siguiente, llamó a felicitarme y hablamos por largo rato.
Él no solo deja un enorme vacío en su familia, sino también entre quienes lo
conocimos como un ser pensante y analítico, y a la vez como ejemplo de una
actitud honesta y consecuente, cada vez más escasa en Colombia.
Enrique Gaviria Liévano
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