La condición de libertad que alcanzó Carlos Gaviria Díaz en su paso por la
vida lo hizo visionario. Fueron 77 años de esfuerzo permanente por exaltar
derechos donde pasó sus días.
Por: Jorge Cardona Alzate, El Espectador
En la cátedra, en la magistratura, en la política, un libre pensador que se
midió a los aguijones del debate sin afectar su independencia incluso entre
afines. Un hombre que demostró en todos los escenarios que lo suyo fue siempre
disentir desde la razón y el juego limpio.
Nacido en Sopetrán (Antioquia) en mayo de 1937, hijo de una profesora y un
periodista y bohemio consumado que un día se suicidó en Roldanillo (Valle),
Carlos Gaviria se crió entre sus abuelos que lo iniciaron en el mundo de los
libros. Al concluir estudios en el colegio de la Pontificia Bolivariana con
elogios, pues fue declarado el mejor bachiller de su departamento, se matriculó
en la Universidad de Antioquia a estudiar Derecho y Ciencias Políticas.
Fueron tiempos de transición entre Rojas Pinilla y el Frente Nacional
bipartidista, que Gaviria transitó descubriendo en las aulas su interés por las
libertades públicas. De manera simultánea, entre librerías sin índice de
autores, tertulia filosófica y literaria, crítica de cine o sesiones de tango,
descubrió también el humanismo en una pujante Medellín que se ufanaba de ser la
eterna primavera de Colombia. En 1961 se graduó de abogado con mención
honorífica.
Fue nombrado juez promiscuo del municipio de Rionegro, pero años después
entendió que su destino estaba más ligado a la academia. Emprendó su largo
recorrido como profesor de la Universidad de Antioquia y se especializó en
derecho constitucional en la Universidad de Harvard. Entre los años 60 y 70,
desde la decanatura de la facultad de Derecho o el Instituto de Ciencia
Política, preservó la libertad de cátedra y alentó el difícil debate de ideas.
No fueron días únicamente de investigación y clases. Como la Nacional en
Bogotá, la del Valle en Cali, o la Industrial de Santander en Bucaramanga, la
Universidad de Antioquia fue un hervidero de controversia política. Muchos
estudiantes vivían al límite entre la agitación o la insurgencia, los cierres y
enfrentamientos con la fuerza pública fueron asunto común, pero el profesor
Gaviria pudo moverse a sus anchas, incluso entre las posiciones extremas.
De esas tensiones cotidianas en un país ya cruzado por los caminos ilegales
de la guerrilla, el paramilitarismo o el narcotráfico, surgió en él su única
militancia, acorde con su vocación: el Comité Regional por la Defensa de los
Derechos Humanos en Antioquia. Junto al médico Héctor Abad, el dirigente Pedro
Luis Valencia o los catedráticos Luis Fernando Vélez y Leonardo Betancur, un
colectivo para clamar por la vida cuando la violencia la despreció hasta el
exceso.
En 1987, esa racha homicida tocó a las puertas del Comité de Derechos
Humanos y de la Universidad de Antioquia. La protagonizó el jefe paramilitar
Carlos Castaño, que por igual la extendió a estudiantes, profesores o
militantes de la izquierda democrática. El jueves 13 de agosto, el Comité
encabezó la Marcha de los claveles rojos para protestar contra la ola de
asesinatos. La respuesta tuvo el sello habitual de los propagadores de la
guerra sucia.
El viernes 14, cinco sujetos disfrazados de policías asesinaron en su casa
al senador de la Unión Patriótica y profesor de la Universidad de Antioquia,
Pedro Luis Valencia. El martes 25, los sicarios regresaron y dieron muerte a
Luis Felipe Vélez Herrera. Ese mismo día, al caer la tarde, cuando llegaban a
la velación de su amigo, cayeron acribillados los médicos y catedráticos Héctor
Abad Gómez y Leonardo Betancur. Todos alentaban al Comité de Derechos Humanos.
Al menos 5.000 personas acudieron al cementerio Campos de Paz para dar
último adiós a los líderes antioqueños. El vicepresidente del Comité, Carlos
Gaviria, tomó la palabra para exaltar la valentía de sus amigos, y recordando
las horas difíciles que enlutaron a España en los tiempos de su guerra civil,
exclamó: “Los asesinos lo apostrofaron con la expresión bárbara de Millán
Astrai que ensombreció un día a Salamanca: Viva la muerte, abajo la
inteligencia”.
A la semana siguiente, tanto él como varios de sus colegas se vieron
conminados a emprender la ruta del exilio. Dos años después regresó a su
escenario natural: la Universidad de Antioquia, donde alcanzó la vicerrectoría.
En medio de la crisis vigente, Colombia adoptó el camino de la Asamblea
Nacional Constituyente, y Carlos Gaviria ofició como entusiasta promotor de
este escenario democrático. Reformada la Carta en 1991, le llegó el momento de
un destino mayor.
Postulado por el liberalismo, en 1993 llegó a la Corte Constitucional y
fueron ocho años que dejaron memoria de cómo se defiende y proyecta una Carta
Política. Fue un alto tribunal que hizo historia y con magistrados de la talla
de Fabio Morón, Eduardo Cifuentes, José Gregorio Hernández o Alejandro Martínez
Caballero, el catedrático Carlos Gaviria fue ponente de trascendentales
decisiones para defender su causa de siempre: los derechos humanos.
La sentencia que hizo posible la despenalización del porte y consumo de
dosis mínima de droga, la que abrió el camino a la defensa de la eutanasia como
derecho de los pacientes terminales, y otras cuantas más para proteger a las
minorías ante rígidos sistemas institucionales, tuvieron como gestor al abogado
antioqueño. Fue tan destacado su rol como guardián de la Constitución de 1991,
que cuando dejó la Corte en 2001 ya lo esperaban nuevos retos democráticos.
En una convergencia de líderes por fuera de los partidos tradicionales
denominada Frente Social y Político, integró una lista al Senado de la
República y alcanzó la quinta votación con 116.067 votos. Entonces Colombia
entera supo del liderazgo y las sólidas argumentaciones de un legislador
extraordinario. Fueron momentos en los que el gobierno de Álvaro Uribe ejercía
la aplanadora en el Congreso y el senador Gaviria supo enfrentarlo con atinado
criterio.
Memorables fueron aquellas jornadas en las que el entonces ministro del
Interior, Fernando Londoño, encaraba al Senado con elocuente y documentado discurso,
hasta que el senador Carlos Gaviria Díaz lo confrontó en el terreno
intelectual sin estridencias ni sofismas. Cuando Uribe y sus mayorías en el
Congreso le dieron forma al acto legislativo que permitió la reelección
presidencial inmediata, su voz se alzó visionaria para advertir lo que le esperaba
a Colombia.
Como estaba pronosticado, en 2006 Uribe pasó de largo, pero su opositor en
la contienda presidencial fue realmente Carlos Gaviria. Al punto de que como
candidato del Polo Democrático Alternativo, con fórmula vicepresidencial
de la periodista Patricia Lara, alcanzó 2.613.157 votos, equivalentes al
22.02%. Incluso obtuvo una votación mayor que dos colosos de la política:
Horacio Serpa, del Partido Liberal, y Antanas Mockus, de la Alianza Social
Indígena.
En esas condiciones, Carlos Gaviria se convirtió en el vocero natural de la
oposición al segundo mandato de Uribe. Cuando los escándalos de la
parapolítica, la yidispolítica, los falsos positivos o las chuzadas del DAS
eran el pan de cada día en la controversia pública, el excandidato presidencial,
sin revanchismos ni beligerancia oratoria, siempre desde su talante de
catedrático y humanista, mantuvo su postura contra lo que se dio a llamar el
Estado de opinión.
En las elecciones de 2010 perdió la nominación del Polo Democrático
Alternativo con el hoy alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y lo recibió como una
decisión importante para Colombia. Por eso contribuyó decididamente a que las
ideas de su colectividad fueron acogidas en una contienda electoral marcada por
la expectativa de si Uribe podía o no aspirar a un tercer mandato. Al final el
presidente fue Juan Manuel Santos y Gaviria siguió siendo un referente
político.
Sin embargo, sobrevino la crisis al interior del Polo Democrático, su
división interna, el costo político del escándalo del carrusel de la
contratación en Bogotá protagonizado por los hermanos Iván y Samuel Moreno y,
en medio de los debates políticos y judiciales, su liderazgo para reclamar a
unos y otros. En los últimos tiempos, junto a su esposa y cuatro hijos, mantuvo
su territorio de privacidad, sin renunciar a un ascendente ganado entre los
colombianos.
Al caer la noche de este miércoles 31 de marzo trascendió la noticia de su
deceso. Desde ese mismo momento, tanto sus seguidores como sus críticos
han reconocido que se apaga la voz de un personaje admirable. A partir de
ahora, Carlos Gaviria Díaz es un nombre ilustre en la memoria de
Colombia. El catedrático, el magistrado, el candidato presidencial, el
defensor de derechos humanos que no tuvo distingos entre su pensamiento y su
obra.
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