
domingo, 5 de abril de 2015
Gaviria o la estética en la política
El aspirante del Polo Democrático pareciera tener más aceptación en el mundo académico y el voto de opinión que en las clases populares, hecho curioso para un candidato que representa la izquierda.
Probablemente Carlos Gaviria Díaz sienta hoy, lejos ya de sus días de maestro universitario, la misma frustración que angustió a su clase. Siempre les insistió a sus alumnos que no creyeran fervorosamente en sus palabras y que, como es deber de la academia, encresparan los argumentos en su contra con vehemencia. “Yo les ruego el favor de que me discutan”, decía. Sin embargo, ese debate que le encantaba propiciar entre sus estudiantes para “que se esculcaran el alma”, es lo que extrañó con más apasionamiento en esta carrera presidencial. Especialmente, el que esperaba de su adelantado alumno y hoy presidente Álvaro Uribe.
Contrariamente, Gaviria aprendió a los porrazos en su campaña que en la política pocas veces los argumentos son decisivos para cautivar los votos y convencer las conciencias. Que los métodos rastreros de siempre, que perdieron en Colombia el sentido grotesco hace ya bastantes años, son, incluso, más eficaces; más impactantes para una población con una escasa cultura política que privilegia el chisme por encima de la posición ideológica y propositiva del candidato. Aunque Gaviria se rehúse a aceptarlo.
Por esa trastornada manera de entender la política en este país del Sagrado Corazón es que se vio obligado a dejar muchas veces de lado sus propuestas de gobierno para capotear en los medios de comunicación infamias como la de su pensión de $23 millones —que es de 10 millones en realidad y que aún no reclama—, orquestada, según trascendió, por un vocero de la campaña del presidente-candidato; o para defenderse de señalamientos en los que ha sido tachado de comunista, de radical, de cuasiguerrillero.
Pese a esas campañas calumniosas en su contra, Gaviria no ha perdido la compostura. Ni siquiera en el momento de refutarlas. Su estilo continúa siendo pedagógico, “hasta para defenderse en política”, como dice su hijo mayor, Juan Carlos Gaviria. Por ello, sin exaltarse un ápice, el candidato del Polo Democrático regañó recientemente a Uribe con ese tono profesoral que caracteriza su genio: “Comedidamente solicitamos al señor Presidente y candidato a la reelección que modere sus ímpetus y mantenga la discusión en términos razonables”.
Quizá ningún otro aspecto resalte más en la personalidad de Carlos Gaviria que el sentido estético desde el cual entiende la política. Hace poco dijo que aún más grave que las faltas éticas del presidente Uribe y “su corte” en el Congreso al aprobar la reelección presidencial inmediata, había sido la espeluznante y sombría falta de estética con la cual se tramitó la norma. Precisamente a su exquisita forma de entender la política se debe que sea tan celoso con las palabras que dice, con las expresiones que escoge para referirse a sus contradictores y con las críticas que hace. Como cualquier académico serio.
“Él ha defendido la ética como principio de conducta y la estética como las buenas formas de la presentación de las ideas”, dice Juan Carlos Gaviria. Quizá la definición de uno de sus ex alumnos y hoy cercano amigo de la familia retrate con exactitud la visión estética de la política que representa el candidato de 69 años del Polo: “Mire, sólo su más profundo respeto por la ley y por sus electores justifica que en plena campaña presidencial siguiera yendo al Congreso”.
Hasta las constancias que dejó en el Congreso para no participar en algún debate son un ejemplo de literatura y academia. “Básteme con decir que participar activamente en el debate de hoy equivaldría a deliberar sobre si el método más adecuado para la pena de muerte es la inyección letal o la silla eléctrica”, dijo al apartarse de la discusión de la reelección. “Él domina mejor que nadie el debate de las ideas”, dice el escritor Héctor Abad.
EL ANTIPOLÍTICO
Quizá la frase feroz de José Ricardo Mejía, uno de sus más cercanos amigos y uno de sus más dilectos alumnos, defina con mayor rigor su talante: “El político debe ser optimista y el optimismo se opone al escepticismo político de Carlos Gaviria”. Podría decirse, incluso, que Gaviria, que es un académico por excelencia, rigurosamente imbuido por el espíritu científico de los hechos, es un político pesimista y, por tanto, un estadista decididamente más cuerdo con sus propuestas electorales. “Es un antipolítico en el sentido en que se rehúsa a decirle a la gente lo que ésta quiere oír. No es el promesero tradicional. Es coherente con lo que piensa”, agrega Mejía.
El senador del Polo Democrático Jorge Enrique Robledo coincide con esa apreciación, aunque está de acuerdo en que esa estrategia podría resultarle muy costosa a Gaviria. “Él no hace política en función de conseguir votos, sino en función de empezar a resolver los problemas del país. Él es muy celoso con lo que dice. Se cuida de prometer cosas imposibles. Prefiere perder un voto que decir una mentira, porque el camino de la corrupción empieza por corromperse la primera vez engañando a los electores”.
La estrategia de Gaviria es sensata, qué duda queda, pero probablemente no ha sido la más adecuada para cautivar la votación de las clases populares. Una reciente encuesta reveló que más del 50% de los colombianos no lo conocen. No tienen idea de sus propuestas de gobierno. No saben de su trayectoria como magistrado en la Corte Constitucional ni de su curiosa forma de venderse ante los electores. Héctor Abad va más allá: “Intuyo que Carlos no se siente cómodo en el mundo de la política, porque es el mundo de la simulación”.
El secreto impulso de su tránsito a la política, como escribió el poeta David Jiménez Panesso, “no es la ya tradicional decisión de enriquecerse mediante el ejercicio del poder, sino, por el contrario, el idealismo del demócrata que se resiste a mantener las ideas guardadas en los anaqueles de la biblioteca”. Pero se cuida de caer en los vicios propios de la clase política que él tanto desdeña, porque como dijo en una conferencia en la Universidad de Antioquia, el 23 de agosto de 1979, “el oficio que se desempeña por un largo tiempo, va creando predisposiciones que son difícilmente superables”.
Gaviria ha aprendido con una velocidad inusitada las mañas propias de la política. Aunque no las aplique en el sentido estricto de la palabra. Aún así, cae de cuando en cuando en las novatadas del político inexperto. Como con su lema de campaña, “Somos mucho más que dos”, que para muchos es “demasiado vaporoso y no se entiende”. El lema es un desastre, reconoce el propio Robledo. Abad Faciolince piensa lo mismo: “Eso es como los chistes, si toca explicarlos no sirven”. Gaviria se ubica en las encuestas, no obstante, con más de un 20% de favorabilidad. “Vamos bien a pesar de nosotros mismos”, dice Robledo.
GAVIRIA, ¿EL LIBERAL?
Hace 13 años fue elegido magistrado de la Corte Constitucional con el apoyo oficial del liberalismo —que hoy tanto critica en sus discursos— y gracias a la campaña que el entonces senador Álvaro Uribe Vélez desplegó con la bancada antioqueña en el Congreso, como recuerda el ex magistrado Jorge Arango Mejía. Desde entonces, su relación con Álvaro Uribe ha sido veleidosa. En 1996, el entonces gobernador Uribe le otorgó a Gaviria Díaz, su maestro, el Escudo de Antioquia Categoría Oro.
Uribe señaló: “Él nos enseñó a disentir, a cuestionarlo todo. Como maestro siempre nos entregó una lectura de clase para aguzar una mentalidad crítica, para ser irreverentes ante lo formal. Y esas enseñanzas penetran la vida. Carlos Gaviria es un símbolo de la tolerancia, como la tenemos que entender”. En las arenas del misterio quedarán para siempre las lecturas a las que, tanto el maestro, como el alumno, se obligaron en aquellos tiempos. Pero lo cierto es que tuvieron que ser diametralmente opuestas, nadie lo duda.
Arango Mejía recuerda que cuando se enteró en 2001 de la campaña presidencial de Uribe, Gaviria reconoció que lo admiraba por su tenacidad, porque nunca escondió su inclinación liberal, aun cuando en la universidad el hervor político de ese tiempo fuera el maoísmo y el troskismo. Sin embargo, en el prólogo del libro 'Los jueces de mármol', del abogado Andrés Nanclares —también alumno de Gaviria y compañero de Uribe—, editado en 2001, Gaviria afirmó que admiraba a sus estudiantes escépticos, aquellos que no hay que buscarlos “en los ministerios (en la Presidencia de la República, ni pensarlo), sino en un juzgado municipal”.
Probablemente ese criterio urticante de Gaviria, su antidogmatismo radical y su espíritu libertario, provengan de su ídolo político, el maestro Gerardo Molina. Los unen múltiples circunstancias. Ambos estudiantes de la Universidad de Antioquia, ambos profesores, ambos autodenominados “liberales clásicos”, ambos tildados de socialistas, ambos candidatos presidenciales. De hecho, la única militancia política de Gaviria, antes de llegar al Senado, fue en Firmes, un movimiento de intelectuales que apoyó la candidatura de Molina a la presidencia en 1978.
Pese a sentirse liberal, Gaviria, como Molina, reniega de ese partido. En un homenaje rendido por la Universidad de Antioquia a Molina hace algunos años, Gaviria recapituló cronológicamente los logros paulatinamente disminuidos de ese partido: “Los aportes significativamente diferentes del liberalismo en las distintas épocas de la república a partir de 1849, su brillante itinerario de partido de masas empeñado en la lucha por los derechos civiles y las garantías sociales, derivó en su lánguido ocaso signado por la renuncia a toda vocación libertaria”.
Héctor Abad sostiene que Gaviria quiso militar en el liberalismo hasta que se dio cuenta de que, precisamente, en ese partido escaseaban los liberales. “El que es liberal de trapo rojo va a votar por Serpa, pero el liberal de conciencia tendrá que hacerlo por Gaviria”, advierte José Ricardo Mejía. “Estoy seguro de que él comparte las reformas políticas y sociales que hizo el liberalismo entre 1930 y 1946. No creo en el extremismo de izquierda de Gaviria que nos quieren vender los medios y la oposición. Él tiene, sin duda, una filosofía liberal”, añade el ex magistrado Arango Mejía.
No todos piensan igual. El ex rector de la Universidad de Antioquia en los años 70,Luis Fernando Duque, cuestiona su seriedad ideológica y lo define como un encantador de serpientes y un perfecto exponente de la demagogia izquierdista. “Algunos de sus alumnos me han comentado de la soberbia y de la vanidad intelectual que tenía el doctor Gaviria. Por fortuna no tuve yo que soportarlo como profesor, como sí le pasó al doctor Uribe”, dice.
Duque sentencia además que le molesta terriblemente votar tanta corriente en un “perdedor” como Gaviria, quien tiene unas capacidades económicas que “dejan mucho que desear”. “Si me permite –añade–, me gustaría más bien hacerle unas cuantas sugerencias al doctor Uribe para su próximo gobierno”. En ese mismo sentido se pronunció Juan Carlos Echeverry, ex director de Planeación.
Según él, propuestas como reducir los impuestos y eliminar la intermediación financiera en salud y educación, son “el fruto de hacer las cuentas de la lechera con la economía nacional”. Sin embargo, Gaviria insiste en que ha sido Uribe el constructor de unas realidades virtuales para Colombia, “capaces de contrariar las evidencias más aplastantes”, como dice el poeta Jiménez Panesso. Y para explicar esa relación de fe de los ciudadanos con Uribe, Gaviria recuerda un pasaje de un libro de Stendhal en el que un personaje de la obra encuentra a su mujer en los brazos de otro. Cuando éste le reclama su traición, ella lo niega todo, y cuando él le dice que no puede negar lo que sus ojos ven, ella le contesta: “qué poco me quieres si das más crédito a tus ojos que a mis palabras”.
Jorge Robledo dice al respecto: “Si Uribe ha metido la pata como la ha metido, aun estando tan bien en las encuestas, cómo sería si lo obligáramos este domingo a una segunda vuelta: yo creo que se acaban los tranquilizantes en este país, y esas goticas que usa él para el mal genio”. La campaña de Gaviria aún conserva una secreta esperanza para ganar las elecciones. Así la expone, burlón, José Ricardo Mejía: “donde los estudiantes que perdieron la materia con Gaviria votaran por él, yo creo que Uribe estaría muy preocupado”.
*Texto publicado el 6 de mayo de 2006, cuando Carlos Gaviria era candidato presidencial

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