Jorge Enrique Robledo, Bogotá, abril 10
de 2015
No recuerdo tantas expresiones de
admiración y respeto en Colombia, y de orígenes tan diversos, como las del
reconocimiento a Carlos Gaviria Díaz. Han sido elogiosos los comentarios sobre
el académico, el magistrado y el político. Se han ponderado su actitud
democrática, sus calidades éticas, la coherencia entre sus posiciones y sus
actos, siempre dispuesto a sacrificar el tener ante el ser, sus dotes de
expositor, polemista y contertulio que se movía con solvencia entre diversos
temas, enriqueciéndolos con la inteligencia y agudeza de sus comentarios.
Le agradezco a la vida por haber podido
compartir tantos propósitos con Carlos Gaviria, quien también puso en evidencia
hasta dónde pueden ascender los seres humanos cuando se esfuerzan por
desarrollar sus potencialidades intelectuales, con una visión democrática de
las personas y las relaciones sociales.
Pero no puedo imaginarme tanta
admiración por Carlos Gaviria –en especial entre los estudiantes, trabajadores,
campesinos e indígenas, a los que respetó y defendió– sin su decisión de luchar
por hacer de Colombia un país mejor, auténticamente soberano, próspero y
democrático, en el que las contradicciones no se tramiten a bala. Gaviria no
fue el intelectual que se aisló entre sus libros y sus pensamientos o que solo
intentó influir en la sociedad como docente o magistrado, negándose a asumir
los riesgos de la lucha por transformar la sociedad. Desde sus días de profesor
en la Universidad de Antioquia cruzó lanzas con sus contradictores y se
organizó y movilizó en la defensa de sus convicciones, por lo que fue
perseguido, sin que por ello se mellara su voluntad de enfrentar un régimen
económico, social y político al que siempre consideró inicuo. Sus ponencias en
la Corte Constitucional –de la que entró y salió con toda dignidad– hicieron
época, por valerosas y por su profunda inspiración democrática.
Carlos Gaviria no temió entrar al barro
de la liza política directa, a pesar de que en su perspicacia no se le
escapaban las complejidades y durezas propias de estas lides, lucha que
adelantó hasta su último momento porque la consideró su deber de ciudadano. Los
polistas sabemos que estuvo activo en los asuntos del Polo Democrático luego de
dejar los cargos directivos en la organización y que había asumido partido para
los comicios del próximo 19 de abril en los que se elegirán los delegados al IV
Congreso del Polo, evento que definirá su jefatura nacional y su rumbo.
Carlos Gaviria consideró su papel
decisivo en la fundación y construcción del Polo Democrático como uno de los
trabajos más importantes de su vida. Siempre resaltó la importancia de
consolidar el proyecto Polo como el partido que necesitaba el país y la
izquierda democrática colombiana, fue un convencido del acierto de su programa
–el Ideario de Unidad– y de sus normas estatutarias y nunca cedió ante los
cantos de sirena contrarios a su permanencia en el Polo, al que siempre
defendió con lealtad y coherencia, incluso en los momentos más difíciles. Valor
nunca le faltó y cuánto despreció el caudillismo y las vivezas como maneras de
hacer política.
Como líder político inteligente y de
sentido práctico que fue, Carlos Gaviria defendió la unidad del Polo y la
posibilidad de una convergencia más amplia. Pero no lo hizo con ingenuidad o
sin fijar posiciones, para acomodarse o sacar ventajas, aun si pensaba que no
lograría convencer y que podía quedar en minoría. Y fue permanente su
insistencia en que en el Polo Democrático se actuara “sin sectarismos y sin
ambigüedades”, es decir, que no se maltrataran las diferencias, pero sin perder
de vista que estábamos en una organización de la izquierda democrática con
concepciones propias y diferente en su propósitos y en sus formas a las de la
tradición liberal-conservadora. Siempre prefirió perder un voto o una relación
que no ser coherente con sus convicciones.
Con una personalidad así, no sorprende
el impacto de Carlos Gaviria en el país y el reconocimiento a su vida y a su
obra, al igual que el mérito de haber llevado a un nivel de respeto sin antecedentes
a la izquierda democrática colombiana, de la que ha sido el principal líder de
su historia. El mejor homenaje que podemos rendirle a su memoria es esforzarnos
por hacer realidad el cambio profundo y democrático de Colombia, a la que tanto
quiso y por la que tanto luchó.
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